miércoles, 16 de julio de 2014

METROLOGÍA
    Hace mil años, el pie, la pulgada y la braza eran magnitudes de uso habitual. Sin el amperio, el newton y el kelvin la ciencia y el comercio del mundo de hoy no podrían sobrevivir.
        Corría el año 1101. Enrique I, rey de Inglaterra, tomó una decisión histórica para su país. Para ello solo tuvo que estirar el brazo y permitir que un monje colocara una vara desde su nariz hasta su dedo pulgar. Después comunicó a sus cortesanos: Desde este momento se introduce en todo el reino la yarda como medida de longitud.
        La yarda todavía usada hoy por los países anglosajones, resultó ser la distancia entre la punta de la nariz de  Enrique I y el punto donde el extremo de su pulgar y la vara hacían contacto. Así de fácil resultaba ordenar las unidades de medida de un país hace casi novecientos años. El propio rey con su cuerpo, era quien proporcionaba la medida de las cosas y los súbditos acataban la palabra real que por aquel entonces tenía valor de ley.
        Hoy bien lejos estamos de estas arbitrarias medidas. Agrupaciones de científicos acuerdan y reforman los patrones de medidas en complejos conciertos internacionales y con precisiones muy alejadas de las fáciles y reales, pero poco funcionales, medidas de antaño. Resultaría muy complicado continuar operando con medidas tales como el pie de Carlomagno, quien implantó la huella de su pie como unidad de medición, precisamente porque ni siquiera en esto del pie parecen haber estado muy de acuerdo todos los pueblos.
        El pie con este mismo nombre, ha sido profusamente usado en muchos países aunque con diferente valoración. Mientras que el pie babilonio medía 0,3083 metros, el griego,  media 0,3068 metros, y  el romano o geométrico, 0,2946.. El pie anglosajón o root se divide en doce pulgadas (inches) y equivale a 0,3048 metros.
Algo muy parecido a este desbarajuste sucedió con los pesos. Mientras que en Castilla el peso se dividía en 16 onzas y equivalía a 460 gramos, en Aragón, Baleares, Cataluña y Valencia tenía 12 onzas, 17 en el País Vasco y 20 en Galicia, contando con que, además, el valor de estas onzas difería de un lugar a otro.
        Pero a pesar de contar con esta variada gama de pesos y medidas, en el mundo de entonces no se pensaba que ello llevara a crear un auténtico problema. Fundamentalmente porque se viajaba muy poco. De esta forma no se planteaba el problema ni la necesidad de traducir los sistemas de medición. Este asunto tan sólo atañía a los comerciantes y éstos estaban acostumbrados.
        Ante estos ejemplos bien puede asegurarse que el uso y ordenación de los sistemas métricos ha sido una tarea emprendida por el hombre desde siempre, y probablemente tenga su explicación en la necesidad del ser humano de descubrir regularidades en los acontecimientos del Universo y en fijar normas para las actividades humanas como en el caso de la industria y el comercio.
Ya en la misma prehistoria la rotación de la Tierra fue utilizada para dividir el curso del tiempo en fracciones llamadas días. A partir de aquí, y en un rastreo por la historia de las civilizaciones, se observa la importancia que los antiguos patrones de longitud y masa tenían para ellos. Tal era el caso de los egipcios y asirios que conservaban sus patrones de medición en el interior de los templos. Por su parte los árabes, cuando pretendían medir alguna cosa muy pequeña, colocaban pelos de camello, uno junto a otro, formando una cadena.
        Otros pueblos geográficamente más cercanos entre si, hacían uso de magnitudes tan diversas y sorprendentes como el lanzamiento de jabalina. En la isla de Borneo el canto del gallo servia para establecer y fijar la distancia a la que podía seguir percibiéndose su kikiriki.
        En un viejo edificio del centro de París, en la primera mitad del siglo XVII, se sujetó una barra o escala de hierro de seis pies de largo que poseía una serie de marcas para las pulgadas. Pero aquel primitivo metro dejó de ser útil ya en 1668. Fue necesario colocar otro nuevo que en pocas décadas volvió a oxidarse.
     El aumento de empresas de ámbito internacional y la importancia de las relaciones entre los países hacían urgente encontrar un cuerpo de medidas que no estuvieran colocados en un viejo edificio de París, sino un sistema cuyas magnitudes sirvieran en el mundo entero.
     En el año 1790, en medio del fragor revolucionario, la Asamblea Nacional francesa encargó a doce destacados científicos la revisión del conjunto de unidades entonces vigente. De momento dejaron al margen la medición del tiempo, cuya unidad era el segundo y que había sido definida como la 1/86.400 parte del día solar medio, ya que el problema más inmediato era encontrar unas medidas uniformes de longitud y peso.
        En 1791 la comisión de la Academia de las Ciencias francesa recomendaba adoptar como medida-patrón de longitud la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre, a la que se dio el nombre de metro, término derivado del griego y cuyo significado es medida.
        Posteriormente se acordó prescindir de la medida del meridiano y construir un metro-patrón cuya longitud se ajustase lo más posible a la de aquél. La barra utilizada para establecer el metro-patrón se construyó en el mismo 1875 y se sacaron copias del mismo. El  modelo en poder de España lleva el número 24 y su longitud a la temperatura de 0º centígrados es igual a 1,0000018 veces que la que se conserva en París.
        Aunque las nociones de superficie y volumen son deducibles de las de longitud, se estimó conveniente que para ellas se establecieran unidades autónomas y se fijaron así el litro y el área. El sistema métrico decimal se construyó a partir de las unidades ya definidas y con el complemento de múltiplos y submúltiplos decimales. Los múltiplos se escribieron con la ayuda de prefijos griegos y los submúltiplos con prefijos latinos.
        El entusiasmo provocado por la definición de este sistema de medidas llevó al intento de adaptarlo a la medición del tiempo. Una hora tenía cien minutos, y cada minuto cien segundos. Sin embargo esta propuesta no prosperó y fue definitivamente rechazada.
        En diciembre de 1799 la Asamblea Legislativa francesa declaró que el metro y el kilogramo eran las unidades de longitud y masa respectivamente
        En el año 1840 sólo se habían adherido a este sistema Grecia y los Países Bajos. En 1875 diecisiete países firmaron un tratado por el que se creaba una Oficina Internacional de Pesas y Medidas, organismo encargado del sistema métrico y de su mejora.
        A pesar de ello aún existen países que como Gran Bretaña y EE.UU. utilizan medidas y unidades como la yarda, 91,4 centímetros, el pie (foot) y la pulgada. Pero incluso en estos países el paso al sistema métrico decimal es cuestión de tiempo. Precisamente porque en la actualidad no es posible imaginar una sociedad sin cuerpo de medidas que no sea universalmente reconocido.
     Después de algunos reajustes y con el progreso de técnicas espectroscópicas, se decidió en 1960 definir el metro ópticocomo la longitud igual a 1.650.763,73 veces la longitud de onda en el vacío de la raya anaranjada de la luz emitida por el isótopo de criptón, de número másico 86. Esta, para profanos larga y poco comprensible definición, viene a resaltar el hecho de que la búsqueda de la exactitud han tenido que ponerse en juego las técnicas más avanzadas.
        Lo verdaderamente importante es que en cada laboratorio del mundo sea posible medir con exactitud meridiana la longitud del metro.